Solo contra todos es una de esas películas que guardo para esos momentos en los que harto de tanta complacencia ficticia decido descender un rato a los también ficticios pero no muy alejados de la realidad, infiernos personales ajenos, para aprender alguna cosa que nada tenga que ver con el hecho de pagar facturas pisoteando al prójimo, o estar pensando continuamente en la manera de escapar de este sepulcro de cemento. Y aprender se aprende, y mucho. Y ya de paso intento soportar, y si es posible, acomodarme en el innegable lado oscuro humano. Pero para meterse de lleno en el visionado de esta cruda y difícil Solo contra todos, antes deberemos retroceder al año 1991 y hacernos con una copia del mediometraje Carne, que es en realidad donde comienza la triste, inquietante y amarga historia de El Carnicero.
Gaspar Noé, director que muchos conocerán por la incómoda y para mí innecesaria y tramposa Irreversible, crea en el año 91 a uno de los personajes más desgraciados y a la vez más violentos que haya podido ver en cualquiera película hasta ahora. Se trata de un hombre que dedica gran parte de su vida al tedioso y mugriento oficio de carnicero, pero que el infortunio le encadena una serie de golpes de difícil encaje. El primero, es tener una hija autista, en el momento menos oportuno, y además no deseada por la propia madre. El segundo, es agredir de manera brutal a una persona inocente y pasarse unos cuantos años entre rejas. En el momento de su salida de la cárcel, sufre una temible sensación de vacío, de haberlo perdido todo, y lo que es más importante para él, haber perdido a su propia hija, y es cuando arranca de verdad su sórdida historia. “En un segundo podemos perderlo todo”. Es a partir de ese momento cuando el carnicero, extraordinariamente interpretado por Philippe Nahon, comienza a ser consciente que todo lo que ha vivido es una farsa y que la realidad es más parecida a una jungla que a un lugar civilizado. Su instinto de supervivencia le obliga a pisotear su propio orgullo para poder comenzar desde cero, y rebajarse se convierte en el primer paso. Y aquí termina el mediometraje de 38 minutos que no nos dejará indiferentes, en cuanto a contenido incómodo y repugnante, y en especial en la forma en el que está realizado. La voz en off del protagonista nos sorprenderá con párrafos que no tienen desperdicio alguno, como: “Esta puta ha tenido todo lo que ha querido, lo mismo que quieren todas las mujeres. Un bebé que le chupe los pechos y luego la proteja. Sienten que su vida tiene un sentido, como si pudiese existir otro sentido más que el de la supervivencia. El mundo es egoísta. Por 9 segundos de orgasmo un niño tiene que sudar durante 60 años…”
Pero el mediometraje no es nada comparado con el largometraje. Garpar Noé decidió dirigir siete años más tarde el largo Solo contra todos, comenzando justo donde acaba Carne. Esta vez Noé quiere ir más allá, y lo consigue. La desdicha se ceba y arrincona al carnicero y lo convierte en un depósito de odio y frustración a punto de estallar. Y aunque la irracionalidad y la vena homófoba del protagonista nos sorprenda en más de una ocasión, no podremos negar la cantidad de franqueza que circula constantemente por su mente. Su cabeza es un hervidero de veracidad humana. Su transformación de honrado trabajador y padre de familia, a un personaje atormentadamente arrepentido y violento está justificada en cada golpe que recibe, en cada decisión que toma. Quiere escapar, sobrevivir, quiere ver y abrazar a su hija autista, a su único amor. Pero ese amor incestuoso está prohibido por ley, el carnicero lo sabe, y lucha con todas sus fuerzas para reprimir esos sentimientos prohibidos, hasta que descubre que su hija es lo único que le queda entre tanta injusticia y desazón, es sangre de su sangre, es de su propia carne.
En Solo contra todos veremos a un ser humano totalmente desnudo, sin dinero y por consiguiente sin amigos, sin trabajo, sin familia, sin nada. Usando como único punto de apoyo un malsano sentimiento de odio que no para de crecer y que parece arrastrarle hacia la autodestrucción.
La historia del carnicero no concluye totalmente aquí, si recordáis el comienzo de Irreversible, veremos cómo y dónde termina el carnicero.
Gaspar Noé, director que muchos conocerán por la incómoda y para mí innecesaria y tramposa Irreversible, crea en el año 91 a uno de los personajes más desgraciados y a la vez más violentos que haya podido ver en cualquiera película hasta ahora. Se trata de un hombre que dedica gran parte de su vida al tedioso y mugriento oficio de carnicero, pero que el infortunio le encadena una serie de golpes de difícil encaje. El primero, es tener una hija autista, en el momento menos oportuno, y además no deseada por la propia madre. El segundo, es agredir de manera brutal a una persona inocente y pasarse unos cuantos años entre rejas. En el momento de su salida de la cárcel, sufre una temible sensación de vacío, de haberlo perdido todo, y lo que es más importante para él, haber perdido a su propia hija, y es cuando arranca de verdad su sórdida historia. “En un segundo podemos perderlo todo”. Es a partir de ese momento cuando el carnicero, extraordinariamente interpretado por Philippe Nahon, comienza a ser consciente que todo lo que ha vivido es una farsa y que la realidad es más parecida a una jungla que a un lugar civilizado. Su instinto de supervivencia le obliga a pisotear su propio orgullo para poder comenzar desde cero, y rebajarse se convierte en el primer paso. Y aquí termina el mediometraje de 38 minutos que no nos dejará indiferentes, en cuanto a contenido incómodo y repugnante, y en especial en la forma en el que está realizado. La voz en off del protagonista nos sorprenderá con párrafos que no tienen desperdicio alguno, como: “Esta puta ha tenido todo lo que ha querido, lo mismo que quieren todas las mujeres. Un bebé que le chupe los pechos y luego la proteja. Sienten que su vida tiene un sentido, como si pudiese existir otro sentido más que el de la supervivencia. El mundo es egoísta. Por 9 segundos de orgasmo un niño tiene que sudar durante 60 años…”
Pero el mediometraje no es nada comparado con el largometraje. Garpar Noé decidió dirigir siete años más tarde el largo Solo contra todos, comenzando justo donde acaba Carne. Esta vez Noé quiere ir más allá, y lo consigue. La desdicha se ceba y arrincona al carnicero y lo convierte en un depósito de odio y frustración a punto de estallar. Y aunque la irracionalidad y la vena homófoba del protagonista nos sorprenda en más de una ocasión, no podremos negar la cantidad de franqueza que circula constantemente por su mente. Su cabeza es un hervidero de veracidad humana. Su transformación de honrado trabajador y padre de familia, a un personaje atormentadamente arrepentido y violento está justificada en cada golpe que recibe, en cada decisión que toma. Quiere escapar, sobrevivir, quiere ver y abrazar a su hija autista, a su único amor. Pero ese amor incestuoso está prohibido por ley, el carnicero lo sabe, y lucha con todas sus fuerzas para reprimir esos sentimientos prohibidos, hasta que descubre que su hija es lo único que le queda entre tanta injusticia y desazón, es sangre de su sangre, es de su propia carne.
En Solo contra todos veremos a un ser humano totalmente desnudo, sin dinero y por consiguiente sin amigos, sin trabajo, sin familia, sin nada. Usando como único punto de apoyo un malsano sentimiento de odio que no para de crecer y que parece arrastrarle hacia la autodestrucción.
La historia del carnicero no concluye totalmente aquí, si recordáis el comienzo de Irreversible, veremos cómo y dónde termina el carnicero.
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