Mentí cuando comenté que volvería a entrenar sin guantes y sin bocao. ¿Qué puede ser más reconfortante que volver al gimnasio después de diez largos años de autoabandono y casi autodestrucción física? Entrenar con la misma persona que me subió a los rings y me enseñó como moverse dentro de ellos. Absoluto y genuino clímax el volver a soltar y encajar golpes, el volver a sudar, a sentir como el cuerpo se pone al límite a punto de ceder, disfrutar y encontrar en el dolor ese extraño placer masoquista, obtener del sacrificio una recompensa diaria. El cuerpo sí tiene memoria, y sobran las palabras.
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